TEXTOS

Resquicios

por Valentina Montero

Por definición, un “resquicio” es una delgada abertura entre dos cosas; un espacio vacío inaugurado por el azar, la necesidad o la omisión. Los abogados o los estafadores son expertos en utilizar los resquicios legales para torcer o amoldar la letra de la ley al objetivo particular de sus intereses. Curiosamente una serie de pinturas que muestra reconocidos edificios públicos de Santiago de Chile, lleva este título. ¿Cuál será la estafa o la defensa que Isadora Willson, la artista, está realizando con estos cuadros? ¿En qué intersticio se sitúa su mirada al momento de pintar estas imágenes de edificios emblemáticos de la capital de su país natal? Me atrevo a pensar que la delgada abertura que se abre en Resquicios, es la que separa el recuerdo íntimo sobre un lugar determinado de su imagen mediática. ¿Qué es lo que se cuela en ese espacio? ¿Qué es lo que la imagen, coqueteando entre la reproducción tecnológica (digital o mecánica) y la manual engendran o desechan?

De lejos, sus cuadros, parecen fotografías. Hace ya años que la pintura en clave realista o hiperrealista, no imita a lo real, sino que imita su representación fotográfica. Isadora, actualizando el viejo oficio del dibujo y la pintura, construye en soledad sus cuadros utilizando de modelos fotografías tomadas de periódicos, revistas o postales. Con lentitud y rigor de restaurador, disecciona esas imágenes técnicas mensurando cada figura, atrapándolas en una red o matriz cuadriculada, para luego reproducirlas con una cuidada pintura que de cerca no esconde su pincelada, ni el espesor del oleo.  Lo que las fotografías de estos edificios estandariza, Isadora, mediante su pintura lo enrarece, haciéndolo suyo.

Cada uno de los edificios públicos que figuran en sus cuadros están cargados de historia. Sus fachadas se han modificado por la política, por la sociedad y por los terremotos que cada tanto le recuerdan a nuestro pueblo que nada es para siempre. La condición de ruina, en las ciudades chilenas, es inminente. Pero no es sólo el tiempo el que desgasta las murallas, ni es sólo el capricho del movimiento de las placas tectónicas el que amenaza a las construcciones, es también la administración de la memoria social, la que intenta borrar las huellas físicas y simbólicas de lo que esas instituciones han significado.

La pintura, desde lo que su oficio –lento, medido- significa, rescata de la representación mediática una singularidad que exige, por lo mismo, una atención especial del espectador. Ante la “mirada distraída” a la que se refería  Walter Benjamin para hablar de la experiencia fotográfica, la pintura exige una mirada otra. Como espectadores nos vemos exigidos a detenernos, a mirar el centro y los costados.

Isadora intenta aludir también a esas zonas borradas, clausuradas por la narración oficial, que el miedo o la complicidad custodian. Sus cuadros  dejan espacios vacíos en la tela; zonas mudas; señalizaciones que nos alertan que aún hay piezas ausentes en el puzzle que representa nuestra historia.

 

Los lugares nos habitan

Por Vanina Saracino

Por todas partes, había espacio mudo.

No era la nada, por cierto no lo era, pero todo guardaba un silencio absoluto.

En cierto sentido, todo nos era anónimo. Todavía.

Años u instantes después, este cosmos silencioso empieza a sacar su voz.

Nuestra percepción de un mismo entorno muta. Se suma un peso diferente, y de pronto nos encontramos con algo que supera y excede los atributos formales del espacio – nuestro punto de partida.
Sensaciones. Representaciones. Recuerdos. Mutan la gravedad de un espacio físico. Irrumpen en la visión de manera cada vez más nítida mostrándonos algo que no habíamos visto antes, algo que no existiría por sí sólo, en la percepción aislada de sus atribuciones posteriores. El estómago, el corazón, las entrañas, trabajan para ello con sus maniobras insondables, con sus movimientos tan abruptos, tan imperceptibles.

El espacio se desnuda. A su vez, emerge un lugar que nos habita.

¿Cómo podríamos dar cuenta de este proceso?

“Paisajes de la Memoria” pretende restituir a las evidencias de los espacios fotografiados su dimensión de recuerdos, devolviéndoles su voz, su esencia de lugares mediante la transposición a otro lenguaje. La artista invita por e-mail a un grupo de amigos y personas cercanas a ella, a participar en su proyecto, pidiendo que envíen una fotografía capaz de suscitarles algún recuerdo significativo, dejando de lado sus características estéticas al momento de la selección. La fotografía digital, es decir la manifestación visual que más se acerca a una “evidencia” en el sentido común, es entonces el punto de partida para la reinterpretación del recuerdo que encierra, en un traspaso que utiliza el lenguaje de la pintura como medio. Es así que una segunda mirada, la mirada de la pintora, interfiere entre el espacio inicial y su representación en la memoria, volviendo a relatar algo que – sólo a partir de ahora – también le pertenece.

La intención que subyace a este acto es la de devolver a la finitud formal de la materia tangible, capturada en la imagen fotográfica, la leve tensión irresuelta que envuelve los lugares del recuerdo. Cada representación de un recuerdo será, a su vez, la creación de un recuerdo nuevo; una especie de intrusión o intervención en la memoria ajena, que reinterpreta y transfigura los relatos para crear nuevas historias y más recuerdos, que serán a su vez manipulados y expresados nuevamente, en un círculo que jamás se cierra.

“Paisajes de la Memoria” es un proyecto animado por la fe en el poder que tiene la representación pictórica de conservar cierta esencia de la experiencia, precisamente mediante su incorporación en una mirada diferente, su asimilación en un recuerdo ajeno, su modificación paradójica y enriquecedora.